La primera vacuna para combatir la malaria, la enfermedad transmitida por mosquitos más importante del mundo, fue aprobada el pasado 6 de octubre por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este evento ha marcado un hito importante para la salud pública global, no solo por el impacto que puede tener para el control de esta enfermedad en los próximos años, si no también por el camino desafiante que atravesó durante los últimos 30 años. Pero es importante preguntarnos ¿por qué celebramos tanto una vacuna que ha tardado más de 30 años en desarrollarse y con una efectividad menor o igual al 50%?

La malaria es una enfermedad causada por un parásito, el cuál es un organismo bastante complejo. Para lograr transmitirse de una persona a otra, el parásito de la malaria necesita ser transportado por un mosquito (enfermedad transmitida por vectores). Este parásito puede cambiar muchas de sus estructuras internas y externas para poder adaptarse y desarrollarse dentro del humano y el mosquito (Figura 1). En consecuencia, tiene también la habilidad de evadir nuestro sistema inmune lo que ha llevado a frustrar muchos de los intentos por crear una vacuna que pueda prevenir la generación de síntomas severos y la muerte. Este parásito ha podido adaptarse bastante bien a nosotros y a nuestro entorno ya que convivimos con ella hace miles de años. La malaria es la enfermedad transmitida por mosquitos de la que tenemos registros más antiguos, incluyendo parásitos encontrados en restos de momias egipcias.

A nivel mundial, cada año se infectan más de 200 millones de personas y de ellas mueren más de 400,000. El grupo más afectado por esta enfermedad son poblaciones con recursos limitados, generalmente ubicadas en los trópicos donde se dan condiciones favorables para los mosquitos que la transmiten. La mayor cantidad de muertes (~67%) ocurre en niños menores de 5 años en el continente Africano generalmente causada por la especie del parásito llamado Plasmodium falciparum.

Los esfuerzos por controlar esta enfermedad no son recientes. En el año 1955 la OMS lanzó la primera campaña mundial de erradicación de la malaria (GMEP por sus siglas en inglés). Sin embargo, la ausencia de sostenibilidad del financiamiento para esta campaña originó que en 1969 –14 años después de su lanzamiento– se interrumpiera la campaña por ser “muy ambiciosa”. Una de las grandes críticas a esta campaña fue creer que el uso del dicloro difenil tricloroetano (DDT) como bala de plata, y dejar rezagado el impulso a la investigación de otros aspectos importantes para abordar el control de esta enfermedad.

Es así, que posterior al GMEP la comunidad de salud pública internacional aprendió que una sola estrategia/tecnología/intervención no es suficiente para abordar problemas de salud pública complejos –lecciones que se han extendido a la comunidad general en el contexto de COVID-19–. En la década de los sesenta  se impulsó la exploración y el desarrollo de las vacunas como estrategia para controlar la malaria, pero no es hasta 1987 cuando el laboratorio GSK en colaboración con el Instituto de Investigación “Walter Reed” de la armada de Estados Unidos (WRAIR) emprendieron el camino para producir vacunas contra la malaria en base una proteína del parásito P. falciparum de la fase pre-eritrocitica (antes de invadir los glóbulos rojos), llamada en su fase de desarrollo RTS,S.

En sus primeros intentos la vacuna en base a RTS,S no mostró resultados favorables. La complementación de la vacuna con otras moléculas auxiliares (adyuvantes) como la AS01 empezaron a mostrar resultados de 50% eficacia recién en estudios conducidos entre el 2009 y el 2011 –25 años después del inicio del desarrollo en el laboratorio–. Es recién en 2016 cuando la OMS aprueba un estudio piloto a gran escala para probar la vacuna RTS,S/AS01 en niños de 5 a 9 meses en contextos donde la transmisión de malaria sea moderada y alta. Este estudio piloto finalmente inició en el 2019, donde la vacuna fue distribuida a más de 800,000 niños a través de las campañas de inmunización de 3 países sudafricanos: Ghana, Kenia y Malawi. Después de un largo recorrido, los resultados preliminares de este estudio piloto mostraron importantes niveles de factibilidad, seguridad y efectividad que llevaron a que la OMS autorizara su uso como primera vacuna contra la malaria a nivel mundial en Octubre de este año.

Regreso, entonces, a la pregunta inicial, ¿por qué celebramos tanto una vacuna que ha tardado más de 30 años en desarrollarse y con una efectividad menor o igual al 50%? Pues este es un reconocimiento a la resistencia y perseverancia de profesionales de salud y líderes a nivel mundial. Esto, finalmente, nos hace reflexionar sobre nuestra inacción como sociedad frente a problemas de poblaciones desatendidas en el contexto global –cabe aquí una odiosa comparación con las vacunas desarrolladas para COVID-19–.

Aún queda un largo camino por recorrer en el control de la malaria, pero es esperanzador que vacunas contra otras especies de malaria ya se hayan incluido en la carrera. Por ejemplo, fuera de África, otra especie del parásito, llamado Plasmodium vivax, es endémica en América Latina y presenta diferencias notables con la especie dominante en el continente Africano. En el Perú, el 90% de casos se encuentran localizados en la región de Loreto (Figura 2), principalmente en zonas con baja accesibilidad. De estos casos, más del 80% son causados por P. vivax. Es sin duda un reto importante para nuestra región Amazónica.

Para hacer frente a este reto, el Ministerio de Salud inició el “Plan Malaria Cero” en el 2017 (RM244-2017 / MINSA), logrando obtener soporte político y presupuestal para llevar a cabo las actividades de eliminación de malaria que fueron planteadas en 3 etapas. Según el último informe mundial de la malaria (2020) de la OMS, el Perú ha experimentado una reducción mayor al 50% de casos en comparación con la transmisión observada en el 2015. Sin embargo, en el mismo periodo se ha observado un aumento cercano al 60% en la mortalidad de la enfermedad. La primera etapa del Plan Malaria Cero termina este año (2021), a esto se suma que la pandemia ha generado grandes problemas de reporte de esta enfermedad. Este contexto pone al control de enfermedades transmitidas por vectores y en particular de la malaria, en una situación crítica que merece ser abordada por los múltiples niveles de nuestro gobierno y que requiere de la generación de evidencia local para la toma de decisiones.

Que la experiencia adquirida en el manejo de la pandemia, permita a las autoridades optimizar y continuar con el reto de erradicar la malaria en el país.

Ciclo de vida de la malaria. Múltiples estadíos del parásito y los tipos de vacunas asociados. Fuente: PATH Malaria Vaccine Initiative.


Zonas de transmisión de malaria en la región de Loreto. Transmisión por las especies A) Plasmodium vivax y B) Plasmodium falciparum. Fuente: Pendulum Data Lab


Foto abridora: EFE